sábado, 3 de noviembre de 2012

Nostalgia 1

Llegabas. Tus zapatos tenían casi el mismo brillo que cuando saliste temprano por la mañana. Nunca tan temprano, amas dormir y yo odio despertarte.
Llegabas sonriente, nunca llegaste triste, ni una sola noche desde que empezamos a vivir juntos. Tenias días en los que eras más complicado que un jeroglífico, pero lo más complicado era entender porque sonreías.
Todo estaba en su sitio, en nuestro caotico y encantador desorden que conocíamos de sobra. Decoramos todo juntos, más yo que tú, que se clavar mas clavos y más tú que yo en otras cosas como en combinar colores.
Tú no soportas mi gato en el sillón, yo no soporto que dejes las tazas sucias en la mesa de noche. Compramos un cuadro juntos hace seis meses, meses en los que la idea de vivir juntos nos abrumaba, entusiasmaba, enloquecía. Nos burlamos un poco, porque el cuadro ese nunca lo terminamos de entender, así como tampoco nos quedó muy claro como es que un día decidimos vivir juntos.

Yo siempre decía que era la nostalgia de no verte los lunes por la mañana, la pena absoluta del abrazo cada domingo por la noche cuando nos dejábamos. Tú, siempre diciendo que lo dramatizo todo, dices que fue porque era necesario, porque ya estábamos grandes y debíamos pasar esta prueba.
 El primer lunes que abrí los ojos y estabas conmigo seguí dramatizándolo todo, sobre todo porque nos quedamos dormidos y llegaríamos tarde a trabajar. Yo no se hacer el desayuno porque casi nunca tomo, tú te conformas con una taza con cocoa.

Cada día al llegar habíamos descubierto rincones insospechados de ese pequeño apartamento con balcón, porque asi lo solicité yo. Habían rincones para el amor, para dormir, para comer. Felizmente somos desordenados y eso contribuía a nuestro espíritu explorador.
La ropa, mis perfumes, el techo pintado con nuestras mano, las fotos que insististe en colgar por todos lados, tus pantuflas, la manía que tienes de dormir con el cabello húmedo.

Todo lo dejé intacto, como si te dejara una fotografía de las que tenemos colgadas. Llegabas y hacía frio. Tus manos temblaban un poco, llegabas sonriente, pero es la sonrisa más desconocida de todas. Sonreías queriendo llorar, abrumado, nervioso, ansioso. Caminaste un par de metros, ubicaste mi sillón con mi gato y por primera vez ustedes se llevaron bien.
Tus ojos recorrieron cada pedacito de nuestra casa, como quien hace un inventario de sus recuerdos. Tus manos destaparon cada uno de mis perfumes, tu cabeza se recostó en mi lado de la cama y no dormiste, esperaste despertar de todo esto tan extraño, más que el día en que decidimos vivir juntos.
Te he dejado todo intacto porque no quiero apartarme de ti, porque se que esta casa dejará de ser mi casa y sin embargo me aferro a ver tu imagen de ojos abiertos, de sonrisa indescifrable. Te miro y pienso que ojalá no saques el cuadro que compramos incrédulos, que ojalá no olvides secarte el pelo ( que nunca aprendí a decirle cabello) que mi gato y tú ahora se lleven bien, que la casa siempre huela bien porque por eso , a pesar de lo locos que decían que estábamos, ese olor tan cálido nos hacia confiables, que ojalá pongas un poco de mi música un domingo por la tarde, que no tengas frio porque se que tiemblas mucho por cualquier poco de viento, que tengo miedo de decirlo, pero ojalá aprendas a no extrañarme.

Te miro y no logro tocarte, es la sensación más abrumadora de todas, pero aún siento y se que me sientes. No estoy más. Queda el balcón que te pedí y me diste, quedan mis flores en las macetas, mi ropa amontonada, mis discos y mis galletas. Aqui en donde estoy, en este otro espacio llamado muerte, todo se ve abrumadoramente nostálgico.

Llegabas y no sabes si quieres quedarte.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario